La máquina de coser es otra de mis fieles compañeras. Mi primera máquina me la regalaron cuando cumplí 15 años, antes practicaba con la de mi abuela.
Mis conocimientos de moldería son nulos, intenté hacer un curso pero casi muero de aburrimiento. También intenté estudiar Diseño de Indumentaria, pero ganó el Diseño Gráfico por goleada. Como no soy de rendirme fácil, me basé en el famoso método “prueba y error” para seguir dándole trabajo a mi máquina.

Durante toda mi adolescencia me hice ropa, básica, pero ropa al fin. Un día llegó mi viejo con cajas llenas de telas de tapicería, eran muestras que en su trabajo estaban por tirar a la basura. Tenían un tamaño ideal para hacer carteras, así que me quedé toda una noche sin dormir y sin tutoriales en YouTube (10 años atrás) probando, cortando, cosiendo y descosiendo hasta terminar la primera cartera. Tenía manijas y forro, un lujo.
En los días siguientes hice una cartera atrás de otra, les agregué cierres y botones y me fui a una feria en Plaza Serrano a venderlas. Uno de mis tantos emprendimientos que no prosperaron, pero que me dejaron buenos conocimientos y experiencias.

Hablemos de Once, el barrio. Cada vez que voy, hay dos cosas que no fallan
1) el dolor de cabeza: producto de la cantidad de información visual, los ruidos y empujones, y las cuentas en el aire que tenes que hacer cada vez que pedís un precio.
2) la billetera vacía: creo que en toda mi vida solo 2 veces pude limitarme a comprar lo que necesitaba, el resto de las veces me tenté con boludeces y gasté toda la plata que tenía.

Mi cualidad de acumuladora compulsiva sumada a una vasta experiencia pateando las calles de once dan como resultado cajas, cajones, estantes, y más cajones llenos de: telas, cintas, cordones, hilos, canutillos, piedras, cadenas, totora, acrílicos, etc.

Siendo pleno Enero el laburo escasea y yo todavía debo regalitos de Navidad, así que junté mi amado método “prueba error” con mis retazos de once, y en mis ratos libres hice estos porta bolsas de plástico. Tarannn!!!